viernes, 30 de octubre de 2009

De vuelta he vuelto

Nuevamente estoy aquí, escribiendo un post en el blog. Como yo creo que ya todos saben ahora estoy aislado. Vivo en una isla, en el Reino Unido de la Gran Bretaña. El nombre es extraño porque tiene poco de unido, más allá de que no hay fronteras políticas entre los principados (e Irlanda del norte) que forman ese reino.

Tienen fronteras de lenguaje: en Wales (Gales) se habla Welsh (galés) en England (Inglaterra) hablan English (inglés), o por lo menos eso dicen, en Scotland (Escocia) hablan, no sé si Scotish o Scotch, es decir no se si se limpian la nariz o caminan con Juan y en Irlanda del norte quién sabe que hablen porque no he conocido a nadie de allá.

Aunque me gustaría empezar a hablar de la vida aquí desde que salí de allá, me parece que es mejor ignorar la línea cronológica a la que estamos acostumbrados a pensar losoccidentales y simplemente escribiré de diferentes cosas que me parezcan curiosas. En esta ocasión no sólo haré una ruptura cronológica, sino también topográfica. Si bien comencé esta enredada entrada hablando de la Gran Bretaña, ahora salto hacia Portugal. ¿Qué tienen que ver aquella con esta? Supongo que algunas, no he estudiado tanto la historia de ambas para encontrar sus puntos en común. Pero la razón que me motiva a este cambio de tópico geográfico es que actualmente estoy aquí, al sur de Portugal, en la región del Algarve. El año nuevo lo pasé en Sagres, una villa portuguesa sin mucho que otorgar a la humanidad más allá de sus bellezas naturales.

Cerca de ahí se encuentra el Cabo de San Vicente, del cual alguna vez Estrabón dijo que «no era el punto más occidental de Europa, sino de todo el mundo habitado». (Apud Wikipedia)

En algún lugar de Sagres hay una cueva formada por el mar, par años de una lucha entre la materia por ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Observé la furia con que el mar batía la roca. Era tan bella como la abnegación con que la roca soportaba. Aquello formaba una danza milenaria y cada paso era diferente. Durante años esos dos han realizado ese baile en el que, a pesar de su ritualidad, improvisan cada uno de sus pasos que tienen estudiados a la perfección antes de presentarlos al público.

Mientras observaba yo aquello contemplé y experimenté el ínfimo poder del ser humano. Pero no fue por la sublimidad de aquel baile, ni la vastedad oceánica, tampoco los gritos que el vienta hacía surgir entre las rocas. No. No fue nada de eso, fue la gaviota que flotaba a dos o tres metros por delante de mí. Ella estaba ahí suspensa, no bajaba ni subía, no avanzaba ni retrocedía. Estaba ahí con sus alas abiertas, cuando hizo lo que hacen las aves... cagó y aunque estaba a algunos metros de distancia bien logró ensuciar mi chamarra y mostrar que con toda nuestra tecnología aún somos incapaces de protegernos contra los embates de la naturaleza más básicos.

Pero bien, es momento de terminar esta entrada y no aburrirlos más, mañana es el primer domingo del año y habrá que celebrarlo de alguna manera. Pero he cumplido y escribí nuevamente aquí, como pueden darse cuenta, de vuelta he vuelto.

miércoles, 25 de marzo de 2009

A casi un año

Pues bien a más de un año de que entré al Grupo de Ingeniería Lingüística (GIL), por fin acabé mi tesis. En estos momentos estoy esperando las correcciones de mi asesor para enviarlo a todos mis sinodales.
También informo a todo el que le interese que en cuanto tenga la fecha de examen será publicada en este mismo medio y todo aquel que la lea quedará automáticamente convidado a formar parte del auditorio el día de la réplica de mi tesis.
Es interesante cuánto puede cambiar el mundo en menos de un año. Cambios drásticos capaces de alterar el balance histórico ordenado para generar una serie de eventos entrópicos que pueden o no estar sucedidos entre sí o generados por razones ignotas.
Entre esos cambios está la dificultad en pensar en el absurdo como una forma de vida, descubrir que el miedo se vuelve en motor inmóvil de enérgica fuerza gravitatoria capaz de absorver al cuerpo más pesado, es decir la pelusa con la que juega el gato mientras esto escribo. Y ese miedo nos obliga a envejecer. Es el miedo el que retumba en cada uno de los pasos, otrora azarosos. El miedo es el que imposibilita la habilidad de la escritura, prohibe la libertad de pensamiento y la voluntad de embriagarse de exceso de vida.
Pues bien, de momento cierro la cloaca antes de que empiece a salir la pestilencia, pero gracias por leer a casi un año de la última publicación. Agora todo será temiblemente más frecuente.